Apocalipsis del plástico

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Hay libros que alguien planea y escribe ordenadamente en torno a un tema. Hay otros que parece que se escriben solos y que proliferan guiados más o menos a ciegas por el empuje de una obsesión. Hace unos años, por casualidad, Donovan Hohn leyó la historia de un naufragio que habría tenido lugar en 1992, en lo más desolado del noroeste del Pacífico, al sur de las islas Aleutianas. Más tarde iba a descubrir que en realidad no había sido un naufragio: un buque de carga, el Ever Laurel, se encontró en medio de una espantosa tormenta, y en uno de los bandazos que estuvieron a punto de hundirlo una parte de los contenedores almacenados en la cubierta cayó al mar. Dentro de uno de ellos había un cargamento de 28.800 juguetes de plástico fabricados en China y con destino a Estados Unidos. A raíz de sus primeras lecturas, que muy pronto lo llevaron a descuidar su trabajo y a perder días en hemerotecas consultando oscuras revistas de comercio marítimo o buscando su rastro por Internet, Hohn entendió que los 28.800 animales de juguete eran patitos amarillos con grandes ojos y pico naranja como los que flotan en todas las bañeras infantiles del mundo. Imaginaba las aguas del Pacífico cubiertas por una armada de patitos amarillos, dispersados por las corrientes con el paso de los años, apareciendo en el interior de bloques de hielo en el Ártico o entre las algas arrojadas por la marea en una playa de Brasil o de Nueva Inglaterra.

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